Confesión de identidad, el ADN del Mesías

¿Por qué es importante conocer a quién servimos? La respuesta la podemos encontrar en una de los milagros más sorprendentes durante el ministerio de nuestro Señor Jesús, el día que sanó a un ciego de nacimiento.

La historia que se nos presenta en Juan 9 “Jesús sana a un ciego de nacimiento”, nos lleva a mirar el milagro físico que recibió este hombre por parte de Jesús. Sin duda, un cambio de vida que para este hombre lo era todo.

Pero en esta oportunidad nos centraremos en algo más, el regalo más sorprendente que cualquier ser humano quisiera ver y conocer. Una revelación que solamente puede provenir de parte de Dios.

Juan 9: 1-5

A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:

—Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?

—Ni él pecó, ni sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida. Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras esté yo en el mundo, luz soy del mundo.

La historia parte reconociendo que era un plan de parte de Dios, era un momento donde nuestro Señor Jesús entendía que debía obedecer al Padre por el trabajo que le fue encomendado.

Jesús procedió a obedecer:

Juan 9: 6-12

Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego, diciéndole:

—Ve y lávate en el estanque de Siloé (que significa: Enviado).

El ciego fue y se lavó, y al volver ya veía.

Sus vecinos y los que lo habían visto pedir limosna decían: «¿No es este el que se sienta a mendigar?» Unos aseguraban: «Sí, es él». Otros decían: «No es él, sino que se le parece». Pero él insistía: «Soy yo».

—¿Cómo entonces se te han abierto los ojos? —le preguntaron.

—Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo: “Ve y lávate en Siloé”. Así que fui, me lavé, y entonces pude ver.

—¿Y dónde está ese hombre? —le preguntaron.

—No lo sé —respondió.

A continuación, vemos el revuelo que trajo esta sanidad, el interrogatorio por parte de los fariseos hacia el hombre sanado es clave en toda esta historia:

Juan 9:13-17

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado cuando Jesús hizo el barro y le abrió los ojos al ciego. Por eso los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había recibido la vista.

—Me untó barro en los ojos, me lavé, y ahora veo —respondió.

Algunos de los fariseos comentaban: «Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no respeta el sábado». Otros objetaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes señales?» Y había desacuerdo entre ellos.

Por eso interrogaron de nuevo al ciego:

—¿Y qué opinas tú de él? Fue a ti a quien te abrió los ojos.

—Yo digo que es profeta —contestó.

¿Por qué este hombre lo reconoce como PROFETA? ¿cómo sabía él la identidad de aquel que lo había sanado recientemente? Que alguien reconociera a Jesús como profeta era un golpe bajo para los fariseos, quienes siempre lo denigraban por ser simplemente el hijo de un carpintero.

El enojo había sido tan grande que llamaron a los padres del hombre sanado, en este pasaje se nos comprueba el temor que la gente tenía hacia los fariseos y el castigo que recibían si alguien reconocía al Señor como el Salvador.

Juan 9:18-27

Pero los judíos no creían que el hombre hubiera sido ciego y que ahora viera, y hasta llamaron a sus padres y les preguntaron:

—¿Es este su hijo, el que dicen ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver?

—Sabemos que este es nuestro hijo —contestaron los padres—, y sabemos también que nació ciego. Lo que no sabemos es cómo ahora puede ver, ni quién le abrió los ojos. Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo.

Sus padres contestaron así por miedo a los judíos, pues ya estos habían convenido que se expulsara de la sinagoga a todo el que reconociera que Jesús era el Cristo. Por eso dijeron sus padres: «Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad».

Por segunda vez llamaron los judíos al que había sido ciego, y le dijeron:

—¡Da gloria a Dios! A nosotros nos consta que ese hombre es pecador.

—Si es pecador, no lo sé —respondió el hombre—. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.

Pero ellos le insistieron:

—¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?

—Ya les dije y no me hicieron caso. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿Es que también ustedes quieren hacerse sus discípulos?

Ante los ojos del hombre sanado, Jesús era más que un profeta. Ahora, además lo reconoce como MAESTRO. ¿Cómo sabía este hombre que Jesús era profeta y maestro? El pasaje de las Escrituras no nos muestra que Jesús se lo haya revelado.

Juan 9:28-33

Entonces lo insultaron y le dijeron:

—¡Discípulo de ese lo serás tú! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés! Y sabemos que a Moisés le habló Dios; pero de este no sabemos ni de dónde salió.

—¡Allí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que ustedes no sepan de dónde salió, y que a mí me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a uno que nació ciego. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada.

Ahora, este hombre reconoce frente a los fariseos que Jesús hacía la voluntad del Padre y además que sí venía de parte de Dios. Imagino la cara de los fariseos en esta escena, rojos, lleno de ira y rabia. Este hombre sin miedo estaba reconociendo frente a ellos, quién era aquel hombre que lo había sanado de su ceguera de nacimiento. Como vemos, los fariseos no expresaron desconfianza acerca del milagro, sino que buscaban la forma de desacreditar a quién lo había realizado.

Lo sorprendente de esta historia es que nuestro Señor Jesús, no sólo le entregó la vista física, sino que además le entregó una convicción espiritual acertada. Confesar que alguien era profeta significada un reconocimiento implícito no solamente de la estatura espiritual que poseía, sino de la “Autoridad” divida que respaldaba todo lo que hacía.

Esto fue lo que vio el ciego de nacimiento cuando recibió la vista:

  • Que Jesús era profeta
  • Que Jesús era maestro
  • Que Jesús hace la voluntad del Padre
  • Que Jesús sí venía de parte de Dios

¿Por qué Jesús hizo barro con saliva para devolverle la vista? Porque la saliva es la muestra por excelencia del ADN.

El Señor le permitió ver su ADN, aquello que pocos veían y entendían. Por eso, esta sanidad era parte del plan de Dios, para que el Mesías fuera reconocido en la tierra por su creación y adorado, como vemos a continuación de esta historia:

Juan 9:35-38

 Jesús se enteró de que habían expulsado a aquel hombre, y al encontrarlo le preguntó:

—¿Crees en el Hijo del hombre?

—¿Quién es, Señor? Dímelo, para que crea en él.

—Pues ya lo has visto —le contestó Jesús—; es el que está hablando contigo.

—Creo, Señor —declaró el hombre.

Y, postrándose, lo adoró.

Vemos la adoración como resultado final. Primero lo conoce y luego lo adora, no al revés. Esta es una gran lección de vida, ¿cómo puedes adorar a quién no conoces? Primero debemos conocer a quién adoramos.

Este hombre estaba tan seguro de quién lo había sanado, que no titubeó ni tuvo miedo frente a los fariseos. Respondía con una convicción tan segura que no pudieron contra él, y como resultado simplemente lo expulsaron.

El Señor obedeció al Padre, y recibió adoración de alguien que conocía quién era Él, una verdadera adoración.

-Melody Villa-